Lo abstracto representa el laberinto de la incertidumbre, la esencia del ahora, el horizonte insondable que nos arrastra hacia su orilla desde temprana edad. Llegamos al mundo de una nada abstracta y nos sumergimos en ella al morir.

Un camino de luz y eterno amor, a las almas y pueblos que entendieron su voz, afirma un rito antiguo, en alegoría de ese espacio o estado de Ser en el cual reposa nuestro destino, y donde se revela aquello que es real en nosotros; eso que interiormente nos motiva a vivir en el mundo pero no ser del mundo, existiendo como seres multidimensionales, de aquí y de allá, extraños y a la vez con un sentido de pertenecer, por un momento. Con los pies en la tierra y la vista hacia lo alto.

Al pensar en lo abstracto nos llega la imagen etérea del alma; imagen que aunque lo intentemos, nunca podremos definir en tu totalidad. Ella representa el testimonio más vivo de una realidad sutil más allá de lo que podemos ver. Y aunque lo que creemos de ella es casi siempre un simple concepto, la creencia sobre su existencia afirma que lo sublime impulsa el mundo visible, y a la vez nos recuerda la necesidad de un re-encuentro interior, un despertar. Esta necesidad no solo la descubrimos en las tribus más primitivas del planeta, quienes vieron en los elementos de la naturaleza la esencia más honda. Es evidente también en las culturas y civilizaciones antiguas, en cuyas estructuras religiosas se vislumbra el ser humano, muchas veces confundido ante la disyuntiva de dos mundos innegables, uno sutil y otro tangible, entrelazados desde el nacimiento hasta la muerte.

Desde el cristianismo hasta el hinduismo, desde el islam hasta el judaísmo, y desde los cultos denominados vulgares hasta la Kabbalah, encontramos las huellas del ser humano buscando una realidad que lo ata a un universo abstracto, fuera de la dimensión de la vida terrenal. Esta tendencia revela la intuición que nos dice: somos seres de luz camuflados, viviendo la experiencia humana; aves migratorias, de paso, en vuelo que no termina en el mundo; un vuelo que nos lleva a reconocernos desde la individualidad confusa de los sentidos, los que nos separan en un yo desterrado, hasta el universo infinito donde encontramos nuestra verdadera morada y SER.

Todo el movimiento espiritual planetario postula el enlace humano con una Fe en algo sutil; y las estadísticas son elocuentes. Esto indica claramente que la humanidad de alguna manera busca su destino en la realización de lo abstracto. Basta con leer la definición de Fe en un diccionario para llegar a esta luz: » Creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la ciencia». El problema sin embargo es que la Fe planetaria se fundamenta en el dogma. Y cuando el dogma precede la Fe la luz se oculta.

Es así como llegamos al espejo de los condicionamientos y caprichos, para no decir » al yugo del temor y la vergüenza que causan las culpas.» Como resultado, lo abstracto y sublime es encadenado a los preceptos, ideales o posiciones mentales de alguien. Y ese alguien luego te condiciona a una verdad llena de interpretaciones, carente de esencia. Esto es ignorancia; y al mismo tiempo una breve historia de cómo la Fe ha sido profanada en la tierra… Se le ha dado una imagen a lo que carece de forma.

La Fe en su esencia pura representa lo abstracto. Es la intuición que revela la naturaleza del todo, tu identidad verdadera, aun cuando tus ojos solo ven oscuridad. «Cuando necesitas ver para saber que eres, el ego esta en control.» Este aforismo es importante recordarlo; está destinado a Ser columna del templo, arcano de tu Fe; la cual es frágil y etérea: cuando la nombras, cuando la interpretas, cuando la enredas en el concepto mental o cuando la adaptas al antojo del yo pierde su magia, se muere como una flor. Entonces de la luz llegas a la sombra. Y esto es precisamente lo que hace el dogma con la Fe; es su ruina. Lao Tsé intuyó esta verdad al decir: «El Tao que puede conocerse no es el Tao», aludiendo al fenómeno de destrucción que surge cuando el pensador pretende interpretar caprichosamente la verdad bajo la influencia de los sentidos.

Es importante observar que los sentidos apuntan hacia una verdad relativa, condicionada y limitada. Del velo sensorial se desprende el pensamiento de que somos lo tangible, lo palpable y perecedero; polvo eres y en polvo te convertirás. Pero esto no es más que una ilusión mental, el sueño. La realidad revela algo diferente: » lo que podemos palpar es un porcentaje mínimo, por no decir insignificante, de lo que Es o existe.» Pensemos por un momento esto, nuestros cuerpos están formados de átomos, y en cada átomo existe un 99.99% de espacio vacío o nada misteriosa, la cual es hoy objeto de revelaciones quánticas asombrosas.

¿Qué somos entonces? Obviamente somos un vasto universo abstracto colmado de la más hermosa incertidumbre. Vemos pero no vemos, escuchamos pero no escuchamos, tocamos pero no tocamos. Se podría decir entonces que aquello que percibimos es una pequeña manifestación de algo profundo e insondable. La ciencia aun no toca ni la más pequeña superficie de nuestra realidad. Vemos el cuerpo pero no el alma de las cosas, la verdad abstracta o esencia luminosa que carece de forma.

Algo tan simple como la respiración nos lleva al misterio de lo abstracto, a la contemplación de la interrelación de lo tangible e intangible; los universos complementarios que se entrecruzan armoniosamente y forman una unidad perfecta. Esta contemplación ha sido objeto de miles de años de meditación en el budismo, donde al principiante se le aconseja observar detenidamente cada respiración, y de este modo descubrir que el aliento oculta uno de los enigmas más grandes en la naturaleza de lo abstracto. La respiración es el pasadizo secreto entre la vida y la muerte: una inhalación nos incorpora a un cuerpo humano al nacer y una exhalación nos desvincula más tarde. La vida en cierto modo podría definirse como las pequeñas cosas que pasan entre dos respiraciones.

Es obvio que esta sabiduría la comprendieron claramente los antiguos escritores de los textos bíblicos, quienes eligieron el simbolismo del soplo de vida en la narración de la creación del hombre, vinculando de este modo la fuerza sutil de un hálito a un pedazo de barro. Este barro hoy, aclaro, simboliza la estructura mental de la humanidad, a nivel individual y colectivo; patológica, obsesionada y compulsiva. De ella derivamos una identidad de especie humana condicionada a lo ilusorio. Y esto nos recuerda la necesidad de un milagro, similar al relato del Génesis: la llegada de otro soplo de vida al mundo; pero en esta ocasión, no para darle vida al barro, sino para remover el polvo de la arcilla original; para despertarnos del letargo milenario, de este sueño profundo en la inconsciencia y el dogma.

Un nuevo hálito representa entonces el Ser que despierta y reconoce su naturaleza esencial, abstracta. Ah, esto es un reto para la mente; algo digno de oposición y resistencia. La mente quiere reconocerse como algo tangible, visible, reconocible; no como algo sin forma. Luchaste toda una vida para llegar aquí, y ahora un extraño viene a decirte que necesitas despojarte de la máscara. Esto es algo que aterra al falso yo, separado e individual. El ego dice, no, quiero ser alguien, quiero ser mi nombre, mi patria, mi posición social, mi personalidad, mi opinión, la Fe de mis antepasados. Pero en realidad somos más que eso.

Lo que creemos que somos casi siempre es herencia cultural de mentes desequilibradas; y esto está destinado a cambiar. Pero no le digas al enfermo su condición, puedes herirlo. No le digas que lo finito nunca podrá definir lo que no tiene límites. Tampoco le sugieras que aquello que es del tiempo nunca podrá delimitar lo eterno. Quien ignora no se da cuenta que ni siquiera somos el pensamiento, como se pretende inferir cuando se dice que somos el resultado de lo que pensamos. ¿Acaso no éramos ya, antes de surgir el pensamiento? ¿No éramos la naturaleza abstracta que precede la vida? Entonces, ¿de dónde surge el afán de someter la identidad humana a las limitaciones de un pensamiento? Esto es locura, enajenación de nuestra cultura.

En consecuencia nos vemos ante la necesidad de despertar, que es lo mismo que encontrar la desnudez del alma, el verdadero propósito interno, la esencia abstracta de nuestro Ser; inefable y transparente en ausencia del falso yo. Y cuando lo sabes por primera vez es posible que sientas temor… reacción natural del ego al vislumbrar la contracción de su universo, su disolución. Este temor no debe sin embargo causar tu desvelo; es ilusión efímera. Y aun en su sombra la vida seguirá un curso volitivo, en escala ascendente, lo que te confirma que este despertar cambia la perspectiva de todo. Y al reconocerlo eres otro: tienes el mismo vestido pero detrás del mismo ya no hay sombras. Desde esta luz ya puedes ver, pero tu vista es clara. Ahora escuchas y sientes la música que otros no perciben, y puedes bailarla sin sentir vergüenza, abrazando lo abstracto como tu naturaleza esencial.

Ajahn Levi 

Para Deja Fluir

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