Vagando por ciertos infiernos, supe reconocer luego un poco esa santidad de la que me habían hablado.

Rompiendo las ligaduras que me ataban a los miedos a cambiar, fue que descubrí el significado de la palabra «destino» y vislumbré de soslayo por primera vez los cabellos despeinados de esa soledad que se ufanaba en despertarme todos los días domingo por la madrugada.

Criticando, odiando, y tal vez negando a mis padres, es que hoy que partieron de mi lado es que los amo más que nunca.

Lastimado al más débil, aprendí luego el significado de la palabra «compasión», cuando estuve en el hoyo más hediondo que pudiera tener un sentimiento, y una mano extraña vino a socorrerme.

Negando a los que no eran igual que yo, despreciando las apariencias no concordantes con mis idealizaciones, es que quizá la igualdad un día vino a tocar mi puerta, para avisarme que la miseria estaba presta a robarme todo lo que tenía valor para mí.

Fracasando en todos los intentos, es que reconocí el éxito cuando gané sin obtener nada a cambio; negando mis amores, es que una mañana amé a todos los que se habían alejado de sus vidas, por prestarme un momento de sus sueños.

Aquí me vez alejando de mi cuerpo esos brazos que me sostuvieron al nacer, y esas voces que me arrullaron cuando mi vida era sólo un suspiro de locos.

¿Cómo me dices que soy perfecto? ¿Cómo te dices que eres lo mejor?

¿No ves que voy siguiendo las huellas que dejó aquel…? dejando mis huellas que un día seguirás antes de volverme un recuerdo del tiempo.

Asestando golpes a la vida, es que me volví monje de todos mis sentidos. Llenando mis labios y mis ojos de soberbia e impaciencia, es que encontré la fortuna en las sonrisas de los más humildes.

Hablando de todo y un poco más, y justificando mis habladurías con ciencias que nunca supe entender, es que me entregué a la simplicidad de las palabras que supieron vivir dejando a un lado los miedos del mañana.

Intentando comparecer ante los jueces de mi conciencia, es que aprendí del temor inconsciente a Dios, y salí a cambiar mi vida a través de mis palabras.

Abrazando la obsecuencia de algunos pensamientos que se convirtieron luego en matadores de mis elecciones, es que me volví destructor de mis similitudes con lo divino.

Y odiando la piel, es que reconocí el deseo que llevo dentro, y amando al ser es que me reencontré con mi parte más eterna.

Marcando algunas huellas es que recién aprendí algo de un camino, y errando mi destino es que inicié el ascenso hacia el comienzo de mi vida.

No importa el tiempo, no interesa cuanto lleve… porque comprendí que el Maestro en mí, el Maestro en ti, es el que sabe de los tiempos, de las oportunidades y de los momentos precisos para renacer.

Autor:

© Jesús Alejandro Godoy