«Sería muy difícil relatar cómo se han transformado mis convicciones, más aun no siendo ello, probablemente, muy interesante.» Dostoievsky, El diario de un escritor.
Me dediqué al estudio de los símbolos. No conforme con ello y llevado por mis inquietudes literarias me aboqué -diría Borges-, a la tarea de crear una ficción (una suerte de relato policial o psicológico) en el que el protagonista, para salvar su vida, debía descifrar unos antiquísimos documentos secretos expresados en forma de símbolos. El texto que obtuve llevó por título: El Reino de la Serpiente. Demandó una investigación que duró tres años y ocupó unas cuatrocientas cincuenta páginas tamaño oficio. El resultado fue importantísimo y excepcional. Importantísimo para mí, por supuesto, por el volumen de información que recopilé sobre simbolismo y mitología. Y también, como dije, fue excepcional porque sólo con la excepción de unos pocos hermanos -a quienes todavía les agradezco semejante molestia-nadie más leyó mi libro. En realidad no puedo culpar a nadie por no prestar atención a mi trabajo, confieso que el género policial no era mi fuerte; bueno, a decir verdad ningún género lo es. No dejé escapar de mis páginas ningún lugar común, casi ningún error y mucho menos un cúmulo insoportable de datos sobre historia, mitología y otras ciencias decididamente aburridas para la mayoría de las personas. No obstante, alegaré algo en defensa de mi obra, los datos que en ella volqué, son producto de autores serios (Freud, Campbell, Jung, Frazer, Eliade, Shlain y otros) y de experiencias adquiridas en viajes realizados a tal fin.
He aquí un brevísimo resumen de mi investigación.
Empezaré por el principio: definiré “símbolo” en el sentido que será utilizado.
Dice C. G. Jung que: “un símbolo es una imagen arquetípica producida espontáneamente a partir de una fuente común y que aparece de manera universal tanto en sueños, como en mitos y rituales”.
Sobre el mismo tema, J. Campbell agrega: “la materia del mito es la materia de nuestra vida, la de nuestro cuerpo y de nuestro ambiente. La mitología y sus símbolos son coetáneos de la humanidad y nos hablan de la unidad de nuestra especie. El reconocimiento de la mortalidad y la trascendencia de un orden natural y social es primer gran impulso hacia la mitología.”
La serpiente es un magnífico símbolo de estas ideas. Pero debe tenerse en cuenta que la interpretación de un símbolo varía según su combinación con el territorio, con la cosmogonía y con la tradición de la cultura en la que se expresa. Por ejemplo: en occidente, el color blanco, simboliza la pureza, en Japón: la muerte. Además, depende también del tipo de análisis que uno se proponga. La interpretación de un psicólogo diferirá de la de un antropólogo, acaso no en lo esencial mas sí en el enfoque. No es mi intención ahora repetir los mismos errores, es decir: las cuatrocientas cincuenta carillas, sino brindar brevemente distintos puntos de vista desde algunas disciplinas y en algunas civilizaciones.
La serpiente es quizá uno de los símbolos más universales y más ricos. Adopta cualidades duales en oriente, maléficas en el mundo cristiano y vivificantes en otras culturas. No obstante, el vínculo de la serpiente con la sabiduría, con la luna, con la oscuridad, con el agua y con la muerte y resurrección, es común a muchas culturas. La luna muere y renace cambiando su sombra; la serpiente, hace lo mismo cuando muda su piel. Esta referencia al ciclo lunar ineludiblemente conecta a la serpiente con el ciclo femenino y con el agua. La sombra cambiante de la luna, la muda de piel de la serpiente y el periodo femenino constituyen un ciclo en el que la vida se nutre de sí misma en la sucesión: nacimiento-muerte.
La representación más clara de esta idea la conocemos muy bien, es el euroboro, la serpiente que se muerde la cola, que se devora a sí misma, que se nutre de sí misma. Este ciclo puede también reducirse a una sola palabra: tiempo. Así, la serpiente es también el Señor de la muerte y de la vida y del tiempo. Su vínculo con lo femenino la emparenta definitivamente con la Gran Diosa Madre Tierra. Y es tributo de casi todas las diosas del neolítico. Pero el euroboro, relaciona también a la serpiente con la figura geométrica del círculo. En términos simbólicos, el círculo nos habla de la noción de la totalidad.
En Egipto, a principios del periodo dinástico 3100 a.c., nos encontramos con dos deidades femeninas primigenias: Nekbet la diosa buitre y Uadjet la serpiente diosa cobra. Ambas crearon el mundo y todas sus criaturas. Tan asociadas estaban las serpientes con diosas benéficas entre los egipcios que el jeroglífico de diosa es el mismo que el de serpiente. Pero este vínculo de la serpiente con la Diosa Madre primigenia sellaría su condena cuando las diosas tornáronse en dioses, cuando culturas masculinas tomaron el control. Pero a este tema me dedicaré más adelante.
Ahora movámonos a otra parte del planeta no muy lejana a Egipto, donde el asunto cambia un poco, pero no demasiado. Para los hindúes, los portadores del mundo son, a veces, y según las tradiciones, elefantes, toros, tortugas, cocodrilos, etc. Pero estos animales son sólo substitutos de la serpiente Naagasa. Otra vez la diosa creadora primordial. Así, en sánscrito se usa la misma palabra para decir elefante y serpiente.
En el yoga kundalini, mediante el ejercicio de la meditación y el control respiratorio se pretende activar a una serpiente, la Kundalini; que también es femenina y que está enroscada en la base de la columna vertebral. El objeto de esta activación no es otro que el de que el ofidio, en su recorrido ascendente, despierte unos vórtices llamados chakras que transformarán espiritual y físicamente a quien practique esta técnica. No puede uno dejar de relacionar este simbolismo con algún aspecto de la psicología freudiana y su libido o energía vital.
En Grecia también encontramos serpientes ascendentes y descendentes en los caduceos. Una serpiente sube y otra baja
enroscándose en una vara axial. La vara es el eje del mundo, lo inmutable, el nexo entre la tierra y el cielo. Las serpientes en el eje aluden, entre otras cosas, a los solsticios, al sol que muere y renace. La relación entre los caduceos y la medicina puede hallarse en algunos mitos griegos y en la Biblia, cuando durante el éxodo, Moisés hace fundir una serpiente de bronce para proteger a su pueblo de las picaduras de los ofidios.
Pero volvamos al momento en que culturas masculinas tomaron el control. No existe consenso sobre las causas de esta sustitución de diosas por dioses, pero lo cierto es que, fueran cuales fueran, el simbolismo de la serpiente cambió para siempre. Dioses y héroes de casi todas las mitologías occidentales mataron serpientes para usurpar sabiduría y poder. Enumero: Marduk derrotó a Tiamat que era una serpiente marina, Ptah derrotó a Apófisis, la serpiente terrible. El, un dios cannaneo derrotó a Yam. Baal, otro conocido medioriental, dio muerte a Lotan, otra serpiente marina. Apolo, adquiere el don de la clarividencia al matar a Pitón, Perseo mató a Medusa que si bien era una hechicera tenía serpientes como cabellos. Una serpiente guardaba las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides; Hércules tuvo que matarla para robar los tan preciados frutos, fue la única forma de arrancarle sus secretos. Y ahora el más interesante –si es que crímenes a esta escala pueden ser interesantes- en los salmos 74 y 89, los pasajes que expertos bíblicos han determinado como los más antiguos del Antiguo Testamento y en los que se narra un relato anterior al Génesis, Yahvé obtiene su poder al dar muerte a Leviatán, la serpiente. Queda claro que criaturas preexistían a Yahvé, acaso sus parientes, tal vez su madre.
El mito de la creación en el Génesis es conocido. En él, la serpiente encarna al demonio. Muchas son las especulaciones sobre esta personificación maléfica. Que su vínculo con lo femenino, con su forma, que su veneno, que su ondulante forma de desplazamiento, que su hábitat generalmente oscuro y profundo, etc. Todas son posibles. Como dije, en algún momento de la historia hombres (probablemente guerreros) vencieron a pueblos con culturas agrícolas y matriarcales, y decidieron borrar los antecedente de sus tradiciones, sus diosas inclusive. Los Padres de la Iglesia -sobre todo San Agustín que sufría una fuerte aversión hacia lo femenino- también hicieron lo suyo. Pero algún resabio de la Madre de todas las cosas, quedó. Eva, el nombre de la primera mujer, la madre de la humanidad posee muchos significados. En hebreo Haweh (Eva) y Yahweh derivan del verbo hebreo ser. Y Haweh se parece mucho a Hewya que significa serpiente.
Pero el hecho haberse transformado en el demonio y de ofrecer o de traer un mensaje, convirtió a la serpiente en otra cosa, en un mensajero. Génesis 3,1 y 4-5 la serpiente le dice a la mujer: «si coméis de este fruto no moriréis, es que Dios sabe que el día en que comáis se os abrirán los ojos y seréis como él, conocedores del bien y del mal»..
El demonio, también según el mito, comenzó siendo un mensajero. La palabra que usamos para los mensajeros de los dioses es ángel. C.G. Jung desarrolla esta idea en dos de sus libros: Simbología del Espíritu y Aión. Además vincula al término serpiente con serafín (una de las categorías angélicas) y a ofidio, con oficial y con su derivado, oficiante. Esta asociación de las serpientes con los mensajeros se verifica en el otro lado del mundo. En la cultura Maya, la serpiente tiene plumas (vuela) y se llama Kukulcán. Todos los equinoccios, Kukulcan desciende de su palacio para traer los mensajes de lo alto, fecundar la tierra, propiciar la cosecha y asegurar la supervivencia de su pueblo.
Para la psicología que estudia los mitos, los mensajes que traen las serpientes no provienen de ningún cielo, sino de una parte de nuestro psiquismo, el inconsciente. La serpiente es un medio que vincula nuestros instintos primordiales con la conciencia. Es realmente un mensajero, una función del aparato psíquico. Esta asociación con los instintos, con nuestra naturaleza animal es un argumento más que utilizó la religión para despreciar a la serpiente. En la Europa medieval, la serpiente tenía patas, escamas, alas y vomitaba fuego, era el dragón que custodiaba algún secreto u objeto valioso y que había que vencer. Siempre según la psicología jungiana, las escamas aluden al elemento agua; las patas, a la tierra; las alas, al aire y el fuego a sí mismo. El dragón representaba los cuatro elementos que componen la naturaleza y que en el hombre son analogía de sus instintos: aquello que, según las religiones, son su aspecto más abyecto. Para ellas conciencia es igual a luz; instintos, oscuridad. Sol y tinieblas, mejor dicho: sol o tinieblas. En este sentido es más lógico lo que proponen las doctrinas orientales: la integración. Recuerden el euroboro y su sentido de totalidad. Tanto Freud como Jung hablaban de esta integración de la totalidad del psiquismo. Le llamaban: sí mismo. Jung asegura que Cristo es el arquetipo de esta integración y es también la serpiente, un mensajero. Dijo Hipólito: «Nadie puede ser salvo sino por el Hijo, pero éste es la Serpiente, pues como él ha traído los signos del Padre desde lo alto, así conduce esos signos nuevamente de aquí a lo alto… A partir de esta frase, puede uno comprender otra de las “actividades” de Cristo: el descenso y ascenso a los infiernos. Según antiguas tradiciones cabalísticas desciende a los infiernos no sólo a rescatar almas y a Adán. Lo hace para comunicarle al demonio que el Padre lo había perdonado. Integración.
Volviendo a la mitología más cercana en el tiempo, nos encontramos con la madre de un rey franco, Clidón, que fue a nadar al mar. Allí resultó ser violada por un extraño ser marino muy parecido a una serpiente. De tal unión nació Meroveo, el primigenio de la dinastía merovingia. La raíz etimológica del nombre Meroveo es un eco de la palabra francesa que significa «madre», y la latina que significa mar. En mitos como este, basaban su ascendencia divina y su derecho al trono algunas dinastías reales.
En la alquimia medieval, la serpiente no podía estar ausente. Como sabemos, los alquimistas pretendían transmutar plomo en oro, entre otras cosas. Para tales fines utilizaban una especie de horno al que llamaban atanor que desembocaba o destilaba sus vapores por un tubo ensortijado que se denominaba “serpentina”. En otro aspecto, un antiguo documento alquímico dice sobre el mercurio filosofal:
«Soy el dragón impregnado de veneno, que está en todas partes, y al que fácilmente se puede alcanzar… Te regalo las fuerzas de lo masculino y de lo femenino, así como también las del cielo y de la Tierra… Soy el huevo de la naturaleza… Soy llamado Mercurio por los filósofos; mi consorte es el oro (filosofal); soy el viejo dragón, que se encuentra por doquiera en el globo terrestre, padre y madre, joven y anciano, muy fuerte y muy débil, muerte y resurrección, visible e invisible, duro y blando; bajo a la tierra y subo al cielo, soy lo superior y lo inferior, lo más ligero y lo más pesado; con frecuencia se invierte en mí el orden de la naturaleza, por lo que respecta al color, número peso y medida; en mí está encerrado, salgo del cielo y de la tierra; soy conocido y no existo por completo ni en absoluto…”
Ya en nuestros días, no faltan aquellos que piensan que la serpiente, como símbolo, ha muerto. Que el pensamiento mágico ha desaparecido. Que las generaciones que crecieron en ciudades desarrollarán para sus necesidades, otros símbolos en otros mitos. Esto quizá sea cierto. No obstante, debemos reconocer que el mito de la muerte y resurrección de la naturaleza se sigue celebrando: la Pascua, la Natividad. Sobre esto Ernesto Sábato dice lo siguiente: “El hombre medio se jacta de cierto género de astucia que consiste en descreer de lo fantástico. Sin embargo, hablando en términos generales se puede afirmar que vivimos en un mundo enteramente fantástico.”
Bueno, utilizando terminología bíblica, diré que he sido conminado a no extenderme. Deben temer que vuelva a escribir otro libro.
Se preguntarán por qué elegí la serpiente no siendo ésta un símbolo característico de la masonería. Justamente por eso, mi intención era la de no mencionar en mi libro nada relacionado con el simbolismo de la Orden. Pero meses después de haber terminado mi trabajo, fui honrado por mis Hermanos con el grado de Maestro Masón. (Por supuesto, semejante halago, nada tuvo que ver con el libro.) Luzco hoy con mucho orgullo el mandil distintivo de ese grado y la hebilla que lo ciñe a mi cintura, como las del resto de los maestros masones, es una serpiente plateada en forma de un número ocho. Dejo a ustedes interpretar su simbolismo.
Daniel Mario Echeverría Autor del libro: «El camino hacia el centro»