Había una vez una mujer que soñaba con un mundo maravilloso, donde todas sus fantasias se hicieran realidad.
La vida la había tratado muy bien, y se creía con derecho a todo. Creció en una típica familia de clase media, nunca pasó necesidades, tuvo colegios privados, estudió todas las cosas que embellecen a una damita y la ayudan a conseguir un “buen partido”. Tocaba piano, sabía bordar, pintar, las manualidades le quedaban estupendamente bien. Tenía un lenguaje cuidado y una voz exquisitamente educada. Cultura general bastante superior a la media. Hasta aquí el cuento de hadas está quedando perfecto, pero… recuerde que en todo cuento hay una bruja… o varias…
La mujercita en cuestión quizo ampliar sus fronteras y se lanzó allende los mares.
Y allí empieza la verdadera historia…
Nuevo país, nuevo idioma, nuevos amigos… nuevos problemas!
Es muy excitante empezar una nueva vida, uno cree que puede con todos los contratiempos y que un lecho de rosas está esperando ser transitado… lo que uno olvida es que las rosas tienen espinas…
Muy pocos son amigos, pero los que de verdad están a su lado, son “de fierro”. Por eso, recibió algunos consejos realmente útiles:
Primer punto para comenzar en otra tierra: a nadie le importa quién fue en su país, aquí “no es nadie”, tiene que empezar de cero (y algunas veces de “menos diez”, ya que consigue trabajos muy por debajo de su capacidad o sus conocimientos).
Sus triunfos en su patria sirven para doblarlos muy cuidadosamente y guardarlos en el bolsillo trasero del jean, ya que muchas veces “asusta” a quien lo entrevista, ya que piensa:-Hoy le doy trabajo, y mañana ocupa mi puesto”. Sana recomendación: rinda sólo la mitad.
A pesar de todas estas perlas, el final del túnel no se vislumbraba. Coincidirá conmigo que a nadie le interesa volver “con la frente marchita”, y aguanta, y espera que mañana todo sea mejor. Y la vida sigue andando… y ya no quedan puertas que golpear…
Cuando la noche está más oscura y uno ya quiere bajar los brazos y decir…Se terminó… de repente aparece una luz. Y aquí la mujer que nos ocupa, vuelve al cuento de hadas: ¡Conoce a su príncipe azul!
De una manera extrañísima logra contactarse con un compatriota. La invita a cenar… y ocho años después siguen juntos y enamorados. No son almas gemelas, ni media naranja ni la otra mitad.
Son dos personas totalmente distintas. Cada una tiene su manera de pensar y casi nada en común. Usted se preguntará:-¿Cómo siguen juntos? Precisamente en las diferencias está la respuesta. Cada uno enriquece al otro con su manera distinta de ver las cosas. Y lo que tienen en común se potencia. Cada uno aprendió del otro, él se enamoró de los gatos (por ella). Ella aprendió a manejar un taladro (para estar junto a él). Ella tuvo que soportar películas de guerra y él de ciencia ficción. Ella se volvió una experta cocinera para agasajarlo y él recordó llegar a casa con una flor.
Y también apareció un trabajo. Y poco a poco las cosas empezaron a encarrilarse. Y salió el sol.
Y hubo contratiempos y peleas y alguna lagrimita. Pero siempre de a dos. Sorteando dificultades, capeando temporales, con una hermosa luz y sin túnel.
¿Cómo termina el cuento? No termina. Crece. Se expande. Contagia. Inunda.
Esta mujercita de la historia, da por buenas las tribulaciones que pasó. Bendice todos los días las dificultades que tuvo que sortear. Agradece a Dios por cada problema, por todos los días oscuros, porque ahora es Feliz. Ama y es amada.
¿Se puede pedir algo más?
¡Si! Que esta felicidad le llegue a Usted también.
Genny De Bernardo
Columnista exclusiva
Dejá Fluir
Miami. Florida. U.S.A